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Mostrando entradas de enero, 2016

Cartas a mi nieta

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Nos has contagiado el resfriado “Un enfermo pega el mal a veinte sanos y mil sanos no pegaron jamás salud a un doliente” (Francisco de Quevedo)       Antes de irte para Madrid con tus padres, para celebrar el cumpleaños de tu abuelo paterno, estuviste unos días con nosotros, tus otros abuelos, en Orense. Habías vuelto a coger un resfriado en la guardería unos días antes y por eso los días que estuviste con nosotros no eras la misma. Estabas algo más parada, no tan alegre como otras veces, y por la noche llorabas de vez en cuando. Cuando nos acercábamos a la cuna comprobábamos que no tenías el chupete en la boca, por haberlo expulsado para poder respirar por tener la nariz taponada por la inflamación y los mocos del catarro .     Sabíamos por los comentarios de otros abuelos conocidos y porque, aunque no lo sepas, tus dos abuelos somos médicos y una de tus abuelas enfermera, que nos contagiarías el resfriado. Aprovecho para decirte que tus padres nos dijeron que les gus

La sobriedad

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        “El hombre que se mantiene en su justo medio lleva el nombre de sobrio y moderado” (Aristóteles)             Porque carezco de esta buenísima cualidad, siempre he admirado a las personas que la tienen. Esta puede ser la razón por la que los (pocos) amigos que tengo son sobrios. Y me refiero sobre todo a la moderación o continencia en el consumo, en el gasto.     Recuerdo, cuando era niño, la sobriedad de un señor de la aldea donde vivía. Tenía un comercio, ultramarinos se le llamaba en la aldea, que vendía todo tipo de mercancías, desde alimentos a redes para pescar. Era el más rico de Quilmas. Su casa, con la planta baja dedicada a la tienda, era la mejor y la más grande. ¿Y cómo había conseguido tener tanto dinero? Trabajando mucho y gastando poco. Oía comentar en mi casa que para negociar la adquisición de mercancías caminaba a pie hasta las fábricas, a veces cincuenta o más kilómetros en el día, y se decía en el pueblo que no iba e

El móvil y los auriculares

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"El tiempo es una imagen móvil de la eternidad" (Platón)       No sé si algún iluminado, nacido como yo en los cincuenta del siglo pasado, pudo haber imaginado el teléfono móvil que llegó algunos años después. Aquellos primeros aparatos pesaban más de medio kilo y casi nos rompían el bolsillo de la chaqueta. Evolucionaron hasta los actuales de mucho menor peso, y que apenas guardamos en el bolsillo porque están casi todo el tiempo en nuestras manos.     Ayer, mientras corría por la mañana temprano por el maravilloso paseo marítimo de La Coruña, contemplé escenas que me llamaron la atención y me provocaron la sonrisa.     Un jardinero, que debía estar podando los pequeños arbustos del paseo estaba sin embargo de pie sin hacer nada mirando los mensajes o lo que fuese de su teléfono móvil.     Otro trabajador público, que conducía un pequeño coche de la limpieza por el mismo paseo lo había parado para mirar los mensajes de su móvil o lo

Sobre los políticos, una vez más

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“No hay cosa que haga más daño a una nación como el que la gente astuta pase por inteligente” (Sir Francis Bacon)     En este lío en el que estamos metidos los españoles después de las últimas elecciones, por culpa de los políticos, vuelvo a recordar lo que se oye todos los días en cualquier conversación sobre ellos: “son (casi) todos iguales”.   A veces incluso: “son todos igual de ladrones”.     He pensado mucho sobre esto. Y me he preguntado también muchas veces que si ellos salen de nuestra sociedad, tal vez todos nosotros, los no políticos, seamos igual de sinvergüenzas o tramposos, si es verdad lo que la mayor parte de la gente opina de ellos.     Lo que también oigo decir a muchas personas de mi entorno es: “si han llegado ahí, es que son listos… no son tontos”.     ¿Son ciertas estas dos afirmaciones? Creo que la primera probablemente sea cierta, pero no me lo parece la segunda.         No tengo más remedio que generalizar. Si usted conoce a políti

Felicitación, Señor Alcalde de Orense,

Creo que era el día 2 de Enero por la mañana. Iba con mi nieta. Llovía. Con el paraguas la tapaba en su carrito. Había muy poca gente en la calle. Al final de la calle Juan XXIII, en el cruce con la Avenida de la Habana, venía usted también con el paraguas abierto. Al verme con la niña, se apartó, cerró algo el paraguas y nos dio los buenos días. Casi no me aparté, y tampoco me dio casi tiempo de dárselos a usted. Me acordé de cuando, ya de mayor, intentaba aprender inglés en Brighton. Cuando iba a comprar el periódico, temprano, siempre que me cruzaba con personas mayores me daban los buenos días, sin conocerme de nada. Creo que a partir de ahora haré lo que usted hizo. Cuando vaya a correr temprano y me encuentre con alguien, aunque no lo conozca, le daré los buenos días. Y también le recuerdo, aunque a usted afortunadamente parece que no le hace falta, que las personas no se valoran -o al menos yo no lo hago- por el cargo, ni por lo que tienen, sino por lo que son. ¡Cuántas habrá q